Violencia filio-parental: un secreto muy pesado.

Hace unos días me pidieron en un instituto de secundaria dar una charla, para padres y madres, sobre violencia filio-parental. Una petición difícil, un tema complicado que toca sensibilidades muy a flor de piel. Todo lo relacionado con los hijos es difícil cuando las cosas no van bien. Apenas vinieron padres y madres. Una madre lloraba mientras escuchaba y, a lo largo de la sala, había muchas sillas vacías. Me puse a pensar en quién podría haber venido y haberse sentado en esos lugares preparados para ellos.

¿Qué hubiéramos podido decir o, quizás, qué deberíamos haber hecho para que muchos padres y madres se acercaran a participar?

¿Cómo afrontar la vergüenza y la culpa que sienten los adultos que tienen un hijo querido, muy querido, y que les dice cosas duras, les insulta y les amenaza? ¿Cómo se mira al mundo cuando algo así te sucede en casa?

¿Qué sienten los padres y madres que viven esto?

«Algo habré hecho mal, algo habré hecho en exceso o demasiado poco: ¿habré sido muy severa, habré respetado poco sus espacios, habré querido controlarlo demasiado, le dí demasiados caprichos desde niño? Yo solo quiero un hijo feliz y cuando veo que es todo lo contrario, no puedo con la vida.»

Los padres y madres tienen sus problemas, miedos, ansiedades, depresiones y problemas en el trabajo y en sus vidas. No se atreven o no les apetece compartirlo con su hermano, su madre o su mejor amigo. ¿Quién podría entenderles? Y así, con el silencio y la soledad, se van quedando cada vez más aislados, más lejos de los otros, de la familia, de los amigos,… Como profesional, deciros que no tengáis miedo, que comprender no es suficiente para poder cambiar la situación y que necesitáis ayuda y apoyo. Que vuestro hijo necesita encontrar otros caminos que no sean el de la violencia para construirse a sí mismo. Que los secretos pesan como cemento en el corazón y nos impiden avanzar. 

Hay caminos para poder transformar la violencia de un adolescente en respeto. Y ahí, en ese camino, vosotros, como padres y madres, también necesitáis sentiros acompañados: por la familia, por algunos amigos, por el entorno, por la red y por los profesionales.

Todo eso les diría a las personas que no vinieron a la charla y que no ocuparon las sillas. Pero no importa, porque si vamos hablando y poniendo palabras a lo que ocurre, si dejamos el miedo, quizás algún día construyamos una comunidad sana. Donde la violencia de los hijos a los padres deje paso a un orden en el que cada uno ocupe su lugar.